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jueves, mayo 19, 2011

Cómo arrastrar archivos a un QListWidget

Ejemplo de un QListWidget en el que se pueden arrastrar archivos desde dolphin o explorer.

Sumario
  1. Derivar una clase de QListWidget
  2. Reimplementar dragEnterEvent, dragMoveEvent y dropEvent
mylistwidget.h
protected:
    void dragEnterEvent(QDragEnterEvent *event);
    void dragMoveEvent(QDragMoveEvent *event);
    void dropEvent(QDropEvent *event);



mylistwidget.cpp
myListWidget::myListWidget(QWidget *parent) :
QListWidget(parent)
{
    this->setAcceptDrops(true);
}

void myListWidget::dragEnterEvent(QDragEnterEvent *event){
    if (event->mimeData()->hasUrls()){
        event->acceptProposedAction();
    }
}

void myListWidget::dragMoveEvent(QDragMoveEvent *event){
    event->acceptProposedAction();
}

void myListWidget::dropEvent(QDropEvent *event){
    if (event->mimeData()->hasUrls()){
        for (int i =0; i< event->mimeData()->urls().count(); i++){
            this->addItem(event->mimeData()->urls().at(i).toLocalFile());
        }
    }
}

sábado, mayo 07, 2011

Voltaire: Los dos consolados

Decía un día el gran filósofo Citofilo a un dama desconsolada, y que tenía sobrado motivo para estarlo: Señora, la reina de Inglaterra, hija del gran Enrique IV, no fue menos desgraciada que vos; la echaron de su reino, se vió a pique de perecer en el Océano en un naufragio, y presenció la muerte del rey su esposo en un patíbulo. Mucho lo siento, dijo la dama, y volvió a llorar sus desventuras propias.

Acordaos, dijo Citofilo, de María Estuardo, que estaba honradamente prendada de un guapo músico que tenía excelente voz de sochantre. Su marido mató al músico, y luego su buena amiga y parienta, la reina Isabel, que se decía doncella, le mandó cortar la cabeza en un cadalso colgado de luto, después de haberla tenido dieciocho años presa. ¡Cruel suceso! respondió la señora, y se entregó de nuevo a su aflicción.

Bien habréis oído mentar, siguió el consolador, la hermosa Juana de Nápoles, que fue presa y ahorcada. Una idea confusa tengo de eso, dijo la afligida.

Os contaré, añadió el otro, la aventura sucedida en mi tiempo de una soberana destronada después de cenar, y que ha muerto en una isla desierta. Toda esa historia la sé, respondió la dama.

Pués os diré lo sucedido a otra gran princesa, mi discípula de filosofía. Tenía su amante, como le tiene toda hermosa y gran princesa: entró un día su padre en su aposento y cogió al amante con el rostro encendido y los ojos que como dos carbunclos resplandecían, y la princesa también con la cara muy encarnada. Disgustó tanto al padre el rostro del mancebo, que le sacudió la más enorme bofetada que hasta el día se ha pegado en toda su provincia. Cogió el amante las tenazas y rompió la cabeza al padre de la dama, que estuvo mucho tiempo a la muerte, y aún tiene la señal de la herida; la princesa desalentada se tiró por la ventana y se estropeó una pierna, de modo que aún el día de hoy se le conoce que cojea, aunque tiene hermoso cuerpo. Su amante fue condenado a muerte por haber roto la cabeza a tan alto príncipe. Ya podéis pensar en qué estado estaría la princesa cuando sacaban a ahorcar a su amante; yo la iba a ver con frecuencia cuando estaba ella en la cárcel, y siempre me hablaba de sus desdichas.

¿Pués por qué no queréis que me duela yo de las mías? le dijo la dama. Porque no es acertado dolerse de sus desgracias, y porque habiendo habido tantas principales señoras tan desventuradas, no parece bien que os desesperéis. Contemplad a Hécuba, contemplad a Niobe. ¡Ah! dijo la señora, si hubiese vivido yo en aquel tiempo o en el de tantas hermosas princesas, y para su consuelo les hubiérais contado mis desdichas, ¿os habrían acaso escuchado?

Al día siguiente perdió el filósofo a su hijo único, y falto poco para que muriese de sentimiento. Mandó una señora hacer una lista de todos los monarcas que habían perdido a sus hijos y se la llevó al filósofo, el cual la leyo, la encontró muy puntual y siguió llorando. Al cabo de tres meses se volvieron a ver, y se pasmaron de hallarse muy contentos. Levantaron entonces una hermosa estatua al Tiempo con este rótulo:

Al consolador

Fuente: wikisource

jueves, mayo 05, 2011

Séneca: extractos de la Consolación a Polibio

  • Te será también de no poca ayuda pensar que tu dolor no va a servir de nada, ciertamente, a aquel que añoras ni a ti; no querrás, pues, que sea prolongado lo que es inútil.

  • Sin embargo, nada alejará tanto tu afecto de unas lágrimas tan inútiles como el pensar que para tus hermanos tú debes ser ejemplo de cómo sobrellevar con entereza esta afrenta de la suerte. Lo que los grandes generales hacen cuando las cosas van mal, fingir deliberadamente buen humor y ocultar las adversidades con una alegría aparente, para que los ánimos de los soldados, si ven quebrantado el espíritu de su general, no se derrumben a la vez, eso tienes que hacer tu también ahora: adopta una expresión distinta a tu ánimo y, si puedes, abandona completamente todo tu dolor; si no, escóndelo en tu interior y reprímelo hasta que no se manifieste, y procura que te imiten tus hermanos, que considerarán decoroso todo lo que te vean hacer y cobrarán ánimos según tu rostro. Debes ser tanto su alivio como su consolador; ahora bien, no podrás oponerte a su aflicción si condesciendes con la tuya.

  • También te será de gran alivio preguntarte a menudo: “¿Me lamento por mí o por el que ha muerto? Si es por mí, desaparece el pretexto del cariño, y el dolor, sólo justificado porque es desinteresado, empieza a apartarse del efecto cuando mira a la propia conveniencia. Ahora bien, nada es más impropio de un hombre de bien que hacer cálculos con el luto por un hermano. Si me lamento por él, es preciso que uno u otro de estos razonamientos sea decisivo. Pues si a los difuntos no les queda ninguna percepción, mi hermano ha escapado a todas las contrariedades de la vida y ha sido restituido al lugar donde estaba antes de nacer y, a salvo de todo mal, nada teme, nada desea, nada padece: ¿qué locura es ésta, no dejar nunca de lamentarme por él, que nunca va a lamentar ya nada? Si los difuntos conservan alguna percepción, ahora el espíritu de mi hermano, como liberado de una prolongada prisión, al fin dueño y señor de si mismo, se regocija y disfruta del espectáculo de la naturaleza y contempla todo lo humano desde su posición superior, mientras que observa más de cerca lo divino, cuya explicación había buscado tanto tiempo en vano.

Así pues, ¿por qué me dejo atormentar por la añoranza del que o es dichoso o no es nada? Llorar al dichoso es envidia, a nadie, insensatez”

  • Si quieres creer a los que penetran más a fondo la verdad, la vida toda es un suplicio. Arrojados a este mar profundo y turbulento que va y viene con sus flujos y reflujos y tan pronto nos eleva con repentinas crecidas, como nos precipita con mayores perjuicios y nos zarandea sin cesar, nunca hacemos pie en tierra firme, entre dos aguas flotamos a merced de las olas y chocamos unos contra otros y sufrimos naufragios a veces, lo estamos temiendo siempre; en este mar tan borrascoso y expuesto a todos los temporales no hay para los navegantes ningún puerto salvo el de la muerte.

  • Es injusto quien no deja al donante el derecho a disponer de su regalo, codicioso quien no tiene por ganancia lo que ha recibido, sino por pérdida lo que ha devuelto. Es desagradecido quien llama injusticia a la conclusión del disfrute, necio quien considera que no se saca ningún provecho de los bienes excepto de los presentes, quien no se complace también con los pasados ni juzga más seguros los que se han ido, puesto que de ellos ya no hay que temer que se acaben. Reduce demasiado sus goces quien considera que disfruta tan sólo de lo que tiene y ve, y no valora en nada haber tenido eso mismo; pues pronto nos abandona cualquier placer, que se escapa y desaparece y se aleja casi antes de llegar. Así pues, hay que proyectar el espíritu al pasado y evocar cualquier cosa que nos deleitó en alguna ocasión y examinarla una y otra vez con el pensamiento; el recuerdo de los placeres es más duradero y más constante que su presencia.


-Pero me ha sido arrebatado cuando menos lo esperaba-. A cada uno lo engaña su credulidad y su voluntario olvido de la mortalidad de aquello que aprecia. La naturaleza no ha manifestado a nadie que esté dispuesta a hacerle gracia de su ley inexorable. Cada día pasan ante nuestros ojos los funerales de conocidos y desconocidos y sin embargo nosotros nos dedicamos a otras cosas y consideramos repentino lo que toda la vida se nos anuncia como venidero. Por lo tanto no hay tal iniquidad de los hados, sino vicio del todo insaciable de la mente humana, que se irrita por salir de donde ha sido admitida transitoriamente.

  • Por tu parte, no tienes que variar en nada tus costumbres, puesto que determinaste consagrarte a los estudios que aumentan perfectamente la felicidad tanto como fácilmente aminoran la adversidad, los mismos que son para el hombre la mayor distinción y también el mayor consuelo. Sumérgete ahora, por tanto, más profundamente en tus estudios, ponlos ahora a tu alrededor como defensas de tu espíritu, para que el dolor no encuentre acceso a ti por parte alguna.

  • Ahora bien, yo nunca te exigiré que no te aflijas en absoluto. Ya sé que se encuentran algunos hombres de sabiduría más insensible que valerosa, que llegan a afirmar que el sabio no debe sufrir: éstos me parece que nunca se han topado con una desgracia así; de lo contrario, la suerte les habría sacudido su ciencia pretenciosa y les habría obligado, aunque no quisieran, a admitir la verdad. Bastante hará la razón si suprime sólo lo que es superfluo y excesivo en el dolor; mas que admita que éste no existe en absoluto, nadie debe ni esperarlo ni desearlo. Guarde más bien estos límites, de modo que ni dé muestras de insensibilidad ni de insensatez, y nos mantenga dentro de la actitud propia de una mente sensible, no de una perturbada: que corran las lágrimas, pero que también ellas terminen; que se profieran quejidos desde lo hondo del corazón, pero que también ellos concluyan; gobierna tus sentimientos de manera que puedas ganarte tanto la aprobación de los sabios como de tus hermanos.

lunes, mayo 02, 2011

Séneca: extractos de la Consolación a su madre Helvia

  • Así pues, que lloren largo tiempo y giman aquellos cuyos corazones melindrosos ha enervado una prolongada prosperidad y que se derrumban por la sacudida de los más ligeros contratiempos; aquellos, en cambio, cuyos años han transcurrido enteramente en medio de quebrantos, que soporten también lo más penoso con firme e inquebrantable serenidad. Una única ventaja tiene la desventura constante: a los que atormenta siempre, al final los acaba curtiendo.

  • Hemos sido engendrados en condiciones favorables mientras no nos apartemos de ellas. La naturaleza ha hecho que para vivir bien no haya necesidad de grandes preparativos: cada cual puede hacerse feliz a sí mismo. La importancia de las circunstancias externas es poca y tal que no tiene gran influencia en ninguno de los sentidos: ni las favorables encumbran al sabio ni las adversas lo abaten. En efecto, siempre se ha esforzado por depender lo más posible de sí mismo, por esperar de sí mismo todas las satisfacciones. ¿Qué, pues? ¿Estoy diciendo que soy sabio? En absoluto; pues si realmente pudiera afirmarlo, no sólo negaría ser un desdichado, sino que proclamaría que soy el más afortunado de todos y que he sido trasladado a la vecindad con el dios. En realidad, cosa que es bastante para mitigar todos los pesares, me he puesto en manos de los sabios y, no estando aún repuesto para socorrerme a mí mismo, me he refugiado en campamento ajeno, esto es, el de los que sin dificultad se defienden a sí mismos y a los suyos.

  • Si para enfrentarte a una parte cualquiera de tu suerte tienes fortaleza suficiente, lo mismo te sucederá con todas. Una vez que el valor ha fortalecido el espíritu, lo hace invulnerable por todos lados. Si te ha abandonado la codicia, la plaga más violenta del género humano, la ambición no te supondrá un obstáculo; si contemplas tu día último no como un castigo sino como una ley natural, en tu corazón, del que habrás expulsado el miedo a la muerte, no osará entrar ningún otro temor; si piensas que el apetito sexual le ha sido dado al hombre no para su placer sino para propagar la especie, como no te habrá corrompido esta oculta perdición clavada en las entrañas mismas, cualquier otro deseo pasará por tu lado sin tocarte. La razón derriba los vicios no uno a uno, sino todos al mismo tiempo: de un golpe se obtiene la victoria sobre el conjunto.

  • Sé que la cuestión no está en nuestras manos y que ningún sentimiento se deja someter, menos aún el que nace del dolor, pues es fiero y rebelde a cualquier remedio. A veces queremos sofocarlo y tragarnos los gemidos; sin embargo, por nuestro rostro compuesto y arreglado se derraman las lágrimas. Otras veces con los juegos o con los combates de gladiadores mantenemos ocupado el espíritu; con todo, lo van minando, en medio de los espectáculos que lo entretienen, las leves punzadas de la añoranza. Por eso es mejor vencer ese sentimiento que engañarlo; en efecto, el que ha sido burlado o distraído por placeres o quehaceres, al punto se recobra y gracias al descanso toma fuerzas para ensañarse; en cambio, todo el que cede a la razón queda apaciguado para siempre. Así pues, no tengo intención de prescribirte lo que sé que muchos han utilizado, que te distraigas con un largo viaje o disfrutes con uno placentero, que ocupes mucho tiempo en hacer que salgan bien las cuentas o en administrar tu patrimonio, que continuamente te metas en algún asunto nuevo: todas estas cosas son útiles por corto tiempo y no son remedios sino trabas para el dolor; por mi parte, yo prefiero darle fin a darle largas. Por tanto, te guío allí donde deben refugiarse todos los fugitivos de su suerte, a los estudios liberales: ellos curarán tu herida, ellos arrancarán de raíz tu tristeza.