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jueves, mayo 05, 2011

Séneca: extractos de la Consolación a Polibio

  • Te será también de no poca ayuda pensar que tu dolor no va a servir de nada, ciertamente, a aquel que añoras ni a ti; no querrás, pues, que sea prolongado lo que es inútil.

  • Sin embargo, nada alejará tanto tu afecto de unas lágrimas tan inútiles como el pensar que para tus hermanos tú debes ser ejemplo de cómo sobrellevar con entereza esta afrenta de la suerte. Lo que los grandes generales hacen cuando las cosas van mal, fingir deliberadamente buen humor y ocultar las adversidades con una alegría aparente, para que los ánimos de los soldados, si ven quebrantado el espíritu de su general, no se derrumben a la vez, eso tienes que hacer tu también ahora: adopta una expresión distinta a tu ánimo y, si puedes, abandona completamente todo tu dolor; si no, escóndelo en tu interior y reprímelo hasta que no se manifieste, y procura que te imiten tus hermanos, que considerarán decoroso todo lo que te vean hacer y cobrarán ánimos según tu rostro. Debes ser tanto su alivio como su consolador; ahora bien, no podrás oponerte a su aflicción si condesciendes con la tuya.

  • También te será de gran alivio preguntarte a menudo: “¿Me lamento por mí o por el que ha muerto? Si es por mí, desaparece el pretexto del cariño, y el dolor, sólo justificado porque es desinteresado, empieza a apartarse del efecto cuando mira a la propia conveniencia. Ahora bien, nada es más impropio de un hombre de bien que hacer cálculos con el luto por un hermano. Si me lamento por él, es preciso que uno u otro de estos razonamientos sea decisivo. Pues si a los difuntos no les queda ninguna percepción, mi hermano ha escapado a todas las contrariedades de la vida y ha sido restituido al lugar donde estaba antes de nacer y, a salvo de todo mal, nada teme, nada desea, nada padece: ¿qué locura es ésta, no dejar nunca de lamentarme por él, que nunca va a lamentar ya nada? Si los difuntos conservan alguna percepción, ahora el espíritu de mi hermano, como liberado de una prolongada prisión, al fin dueño y señor de si mismo, se regocija y disfruta del espectáculo de la naturaleza y contempla todo lo humano desde su posición superior, mientras que observa más de cerca lo divino, cuya explicación había buscado tanto tiempo en vano.

Así pues, ¿por qué me dejo atormentar por la añoranza del que o es dichoso o no es nada? Llorar al dichoso es envidia, a nadie, insensatez”

  • Si quieres creer a los que penetran más a fondo la verdad, la vida toda es un suplicio. Arrojados a este mar profundo y turbulento que va y viene con sus flujos y reflujos y tan pronto nos eleva con repentinas crecidas, como nos precipita con mayores perjuicios y nos zarandea sin cesar, nunca hacemos pie en tierra firme, entre dos aguas flotamos a merced de las olas y chocamos unos contra otros y sufrimos naufragios a veces, lo estamos temiendo siempre; en este mar tan borrascoso y expuesto a todos los temporales no hay para los navegantes ningún puerto salvo el de la muerte.

  • Es injusto quien no deja al donante el derecho a disponer de su regalo, codicioso quien no tiene por ganancia lo que ha recibido, sino por pérdida lo que ha devuelto. Es desagradecido quien llama injusticia a la conclusión del disfrute, necio quien considera que no se saca ningún provecho de los bienes excepto de los presentes, quien no se complace también con los pasados ni juzga más seguros los que se han ido, puesto que de ellos ya no hay que temer que se acaben. Reduce demasiado sus goces quien considera que disfruta tan sólo de lo que tiene y ve, y no valora en nada haber tenido eso mismo; pues pronto nos abandona cualquier placer, que se escapa y desaparece y se aleja casi antes de llegar. Así pues, hay que proyectar el espíritu al pasado y evocar cualquier cosa que nos deleitó en alguna ocasión y examinarla una y otra vez con el pensamiento; el recuerdo de los placeres es más duradero y más constante que su presencia.


-Pero me ha sido arrebatado cuando menos lo esperaba-. A cada uno lo engaña su credulidad y su voluntario olvido de la mortalidad de aquello que aprecia. La naturaleza no ha manifestado a nadie que esté dispuesta a hacerle gracia de su ley inexorable. Cada día pasan ante nuestros ojos los funerales de conocidos y desconocidos y sin embargo nosotros nos dedicamos a otras cosas y consideramos repentino lo que toda la vida se nos anuncia como venidero. Por lo tanto no hay tal iniquidad de los hados, sino vicio del todo insaciable de la mente humana, que se irrita por salir de donde ha sido admitida transitoriamente.

  • Por tu parte, no tienes que variar en nada tus costumbres, puesto que determinaste consagrarte a los estudios que aumentan perfectamente la felicidad tanto como fácilmente aminoran la adversidad, los mismos que son para el hombre la mayor distinción y también el mayor consuelo. Sumérgete ahora, por tanto, más profundamente en tus estudios, ponlos ahora a tu alrededor como defensas de tu espíritu, para que el dolor no encuentre acceso a ti por parte alguna.

  • Ahora bien, yo nunca te exigiré que no te aflijas en absoluto. Ya sé que se encuentran algunos hombres de sabiduría más insensible que valerosa, que llegan a afirmar que el sabio no debe sufrir: éstos me parece que nunca se han topado con una desgracia así; de lo contrario, la suerte les habría sacudido su ciencia pretenciosa y les habría obligado, aunque no quisieran, a admitir la verdad. Bastante hará la razón si suprime sólo lo que es superfluo y excesivo en el dolor; mas que admita que éste no existe en absoluto, nadie debe ni esperarlo ni desearlo. Guarde más bien estos límites, de modo que ni dé muestras de insensibilidad ni de insensatez, y nos mantenga dentro de la actitud propia de una mente sensible, no de una perturbada: que corran las lágrimas, pero que también ellas terminen; que se profieran quejidos desde lo hondo del corazón, pero que también ellos concluyan; gobierna tus sentimientos de manera que puedas ganarte tanto la aprobación de los sabios como de tus hermanos.

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