Ya ves cómo blanquea la alta nieve
en el Soracte; los cansados árboles
bajo el peso sufren; el hielo
áspero inmóviles tiene a los ríos.
Aleja el frío echando generoso
leña al fuego y un vino de cuatro años
con largueza, Taliarco, escancia
de sabina ánfora y el resto déjalo
a los dioses, que en cuanto aplacar quieran
la lucha de los vientos sobre el férvido
piélago, los viejos cipreses
y fresnos quietos quedarán ya.
No te preguntes más por el futuro
y apunta en tu haber, mozo, cada día
que te dé Fortuna y las danzas
y amores dulces aun no desprecies
mientras en tu vigor no haya morosas
canas. Ahora buscar debes el Campo
y las plazas y la nocturna
cinta en que se oigan suaves susurros;
ahora la grata risa que a la niña
delate en su rincón, ahora la prenda
robada a la muñeca o dedo
que se defiendan con pocas ganas.
Horacio medita, frente al invierno de la campiña romana, sobre la necesidad de aprovechar el día efímero y olvidar las angustias del mañana. Las estaciones, el tiempo en sus cíclicas imágenes, traen siempre a la mente del poeta lo pasajero de la vida humana; y de ese pensamiento brota a su vez la invitación al disfrute, mientras aún la vejez no lo impide. Un ejemplo claro, en suma, del tema del "carpe diem".
La oda va dirigida a un tal Taliarco, nombre griego, probablemente ficticio, que significa «rey de la fiesta». No falta el ingrediente del vino, esta vez en su variedad sabina, como uno de los placeres que nos reclama. Y sobre todo, no falta la exhortación al divertimento amoroso.
Oda I. 11
No investigues, pues no es lícito, Leucónoe, el fin que ni a mí
ni a ti los dioses destinen; a cálculos babilonios
no te entreges. ¡Vale más sufrir lo que haya de ser!
Te otorgue Júpiter varios inviernos o solo el de hoy,
que destroza el mar Tirreno contra las rocas, prudente
sé, filtra el vino y en nuestro breve vivir la esperanza
contén. Mientras hablo, el tiempo celoso habrá ya escapado:
goza el día y no jures que otro igual vendrá después.
Tu ne quaesieris, scire nefas, quem mihi, quem tibi
finem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios
temptaris numeros. ut melius, quidquid erit, pati!
seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam,
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Tyrrhenum, sapias, vina liques, et spatio brevi
spem longam reseces. dum loquimur, fugerit invida
aetas: carpe diem, quam minimum credula postero.
Esta es la oda que contiene la famosísima fórmula del carpe diem, que da nombre al tópico correspondiente. Dirigida a una tal Leucónoe (algo así como «mente ingenua»), a la que se exhorta a no tener en cuenta la ciencia astrológica de los babilonios (según un principio de la filosofía epicúrea), a despreocuparse del mañana y a «cosechar» (carpere) el día presente. otra vez el invierno, como en I 9 allí con visión de montaña nevada, aquí con estampa de encrespado mar, pero anclando la imagen en ambos casos en un escenario real, romano: el Soracte, el Tirreno.
Fuente: HORACIO, Odas y epodos. Ed. Cátedra
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