Hacia el final del quinto año, Grandgousier, de regreso de la derrota de los canarienses, visitó a su hijo Gargantúa, y mientras lo abrazaba y lo besaba, le preguntó trivialmente sobre varias cosas pueriles.
Bebió con él y con sus ayas, a las que le preguntó que si lo habían tenido siempre bien limpio.
A esto repuso Gargantúa que él también había puesto en ello el mayor cuidado, y seguramente en todo el país no había muchacho más limpio que él.
—¿Cómo es eso? —preguntó Grandgousier.
—Por larga y curiosa experiencia —dijo Gargantúa— he inventado un medio de limpiarme en culo, el más señorial, el más excelente y el más expeditivo que jamás se haya visto.
—¿Cuál?
—El que voy a explicaros. Una vez me limpié con un antifaz de terciopelo, de una señorita, y lo encontré bueno, porque la molicie de la seda me causaba en el fundamento una voluptuosidad muy grande. Otra vez con un sombrero de señora y me ocurrió lo mismo; otra vez con una pañoleta; otra con unas orejas de satén carmesí; pero unos bordados con abalorios de mierda que tenían, con su dureza, me desollaron el trasero; ¡que el fuego de san Antonio encienda la morcilla cular del orfebre que los hizo y de la señorita que los llevó! El mal se me curó frotándome con un bonete de paje bien emplumando a la suiza. Después, al cagar detrás de unas hojas, encontré un cachorro de marta y me limpié con él; pero con sus uñas me ulceró todo el periné; para curarme me limpie al día siguiente con los guantes de mi madre bien perfumados de benjuí. Después me limpié con sauce, hinojo,aneta, mejorana, rosas, hojas de col, trozos de ladrillos, pámpanos, altea, verdasco, que es la escarlata del culo lactuario, y espinacas. Con todo esto me gustaba restregarme las posaderas.
Hierba mercurial, persicaria, ortigas, consuelda; todo esto me ocasionó un flujo de sangre, del que me curé limpiándome con mi bragueta, con las sábanas, con la colcha, con las cortinas, con un cojín, con un tapiz, con un mantel, con una servilleta, con un pañuelo, con un peinador. Con todo esto sentí tanto placer como sienten los que sufren de roña cuando se les rasca.
—Pero, veamos —le interrogó Grandgousier—, ¿cuál es el mejor limpiaculos?
—En ello estoy y bien pronto sabrás el Tu autem. Me he limpiado con heno, con paja, con estopa, con borra de lana, de papel; pero quien el culo se limpia con papeles de la basura se dejará caireles.
—¡Cómo, hijo mío! exclamó Grandgousier—. ¿Estás borracho? ¿Sabes ya rimar?
—Sí, mi rey; por Dios que rimo así y mejor, y con frecuencia me acatarro. Escuchad lo que dice nuestro retrete a los que van allí a cagar:
Cagar.
Diarrear.
Peer.
Merdosa
tu grasa,
como una capa
se extiende
sobre nosotros.
Cochinos.
Merdosos.
¿Os gusta?
¡Que el fuego de san Antonio te abrase
si todos
tus agujeros
no te limpias antes de marchar!
¿Queréis más todavía?
—Sí por cierto —repuso Grandgousier.
Y recitó Gargantúa este rondó:
Al cagar olí anteayer
el tributo que mi culo pagaba;
y el olor me hizo temer
que allí mismo me asfixiaba.
¡Quién me hubiera podido traer
una mujer que yo esperaba
cagando!
¡Qué bien le hubiera sazonado
su mingitorio a mi manera lerda,
si ella me hubiese ayudado
con sus dedos a desalojar mi mierda
cagando!
Decid ahora que yo no sé nada. Por la mierda que los versos no los hice yo; se los oí recitar a una gran dama y los he retenido en el bolsón de mi memoria.
—Volvamos —dijo Grandgousier— a nuestro tema.
—¿Cuál? dijo Gargantúa— ¿Cagar?
—No; limpiarse el culo.
—¿Te apuestas media pipa de vino de Bretaña a que no aciertas mi invención?
—La pago y me doy por vencido —dijo Grandgousier.
—Pues, verás; no hay necesidad de limpiarse el culo sino cuando se tiene sucio. No se puede tener sucio si no se ha cagado. Lo primero y lo mejor es, pues, para limpiarse el culo haber cagado bien.
—¡Oh, qué buen sentido tienes, hijo mío! En estos primeros días haré que te gradúen de doctor en la Sorbona. ¡Por Dios que tienes más razón que edad! Ahora prosigue tu conversación limpiaculativa, yo te lo ruego, y tendrás, por mi barba, no media, sino sesenta pipas de ese buen vino bretón que no se cría en Bretaña, sino en el gran país de Verron.
—Me limpié luego —prosiguió Gargantúa— con una cofia, con un almohadón, con una zapatilla, con un cesto, ¡desagradable limpiaculos!, con un sombrero; notad que los sombreros son: unos, lisos; otros, peludos; otros, aterciopelados; otros tafetanizados, y otros, satinados; los mejores son los peludos, porque hacen muy bien la abstersión de la materia fecal. Después me limpié con una gallina, con un gallo, con un pollo, con la piel de una ternera, de una liebre, con un pichón, con un cuervo marino, con el ropón de un letrado, con un dominó, con una toca, con un señuelo. Para concluir, yo digo y sostengo que el mejor limpiaculos es un pollo de oca con muchas plumas, cogiéndole la cabeza entre las piernas. Creédmelo por mi honor: se siente en el culo una voluptuosidad mirífica, tanto por la dulzura del plumón como por el calor templado del animalito, que fácilmente se comunica a la morcilla cular y a los otros intestinos hasta llegar a las regiones del corazón y del cerebro. Y no penséis que la felicidad de los héroes y semidioses que viven en los Campos Elíseos esté en el asfódelo, en la ambrosía o en el néctar, como dicen aquí las viejas. Está, según mi opinión, en que se limpian el culo con un pollo de oca. Tal es también la opinión del maestro Juan de Escocia.
FRANÇOIS RABELAIS. Gargantúa, XIII
1 comentario:
Exquisito e hilarante pasaje de Gargantúa. Erich Auerbach comenta este fragmento en su Mimesis, y dice que, por absurdo que parezca, este estilo bajo y carnavalesco primaba en los sermones clericales de la Baja Edad Media (algo que Bajtin también demuestra).
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