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sábado, abril 30, 2011

Séneca: extractos de la Consolación a Marcia. Parte II

  • Así es ciertamente la naturaleza de los mortales: nada gusta más que lo que se ha perdido; somos demasiado injustos con lo que nos queda, por la añoranza de lo que nos han arrebatado.

  • Sé que vas a decirme: “No me conmueven mis perjuicios; ciertamente no es digno de consuelo quien lleva a mal que se le haya muerto un hijo como si de un esclavo se tratara, quien se permite ver en su hijo cualquier cosa menos al hijo mismo”. Pues entonces ¿qué te conmueve, Marcia? ¿Que haya muerto tu hijo o que no haya vivido más tiempo? Si es que haya muerto, debiste estar siempre doliéndote por él: siempre, en efecto, supiste que iba a morir. Piensa que un difunto no se ve afectado por ninguna desgracia, que lo que nos hace espantosos los infiernos es leyenda, que a los muertos no les amenaza ninguna oscuridad ni cárcel ni corrientes que abrasan con su fuego ni el río del Olvido, ni tribunales y condenados, ni más tiranos en esa libertad tan amplia: estas cosas son bromas de los poetas, que os han inquietado con espantos infundados. La muerte es la liberación de todos los dolores y el límite más allá del cual no pasan nuestras desgracias, la que nos restituye al reposo en que estábamos antes de nacer. Si alguien se compadece de los muertos, que se compadezca también de los que no han nacido. La muerte no es ni un bien ni un mal; en efecto, puede ser un bien o un mal aquello que es algo; en cambio, lo que en sí mismo no es nada y todo lo reduce a nada, no nos abandona a ninguna clase de suerte. Lo malo y lo bueno, en efecto, se desarrolla alrededor de alguna materia: la suerte no puede retener lo que la naturaleza dejó ir, ni puede ser desdichado quien no es nadie. Tu hijo ha traspasado las fronteras dentro de las que sólo hay esclavitud, lo ha acogido una paz profunda y duradera: no le asaltan el miedo a la pobreza ni la preocupación por las riquezas ni los aguijones de la lujuria que debilita los ánimos mediante el placer, no le afecta la envidia de la dicha ajena, no le agobia la que pudiera provocar la suya; tampoco ningún escándalo hiere sus castos oídos. No tiene a la vista ninguna calamidad pública ni particular; despreocupándose del porvenir, no depende de los acontecimientos, que siempre retribuyen mayores incertidumbres. Por fin permanece en un lugar del que nada puede expulsarlo, en que nada puede atemorizarlo.

  • ¡Qué ignorantes de sus propias desgracias aquellos para quienes la muerte no merece ser alabada ni deseada como el mejor hallazgo de la naturaleza, bien sea que culmina la dicha, bien que aleja los quebrantos, bien que pone término al hastío y al cansancio del anciano, bien que se lleva en flor una vida juvenil, mientras que esperan cosas aún mejores, bien que reclama a la infancia antes de otros pasos más decisivos: final para todos, remedio para muchos, deseo para unos cuantos, por nadie más agradecida que por aquellos a quienes acude antes de ser invocada! Ella suprime la esclavitud a despecho del amo, ella alza las cadenas de los cautivos, ella saca de la cárcel a quienes un poder despótico había prohibido salir, ella enseña a los desterrados, que tienen siempre el espíritu y los ojos vueltos a su patria, que no tiene ninguna importancia bajo quiénes uno ha de yacer; ella, cuando la suerte ha repartido mal los bienes comunes y a los nacidos con los mismos derechos los pone a unos bajo el poder de otros, lo iguala todo; después de ella es cuando nadie hace nada por orden de otro, en ella es en donde nadie advierte su baja condición; ella es la que no ha dejado de ser accesible a nadie; ella es, Marcia, la que anheló tu padre; ella es, digo, la que hace que nacer n osea un tormento, la que hace que no me abata ante las amenazas de los infortunios, que pueda mantener mi espíritu a salvo y dueño de sí: tengo a qué apelar. Aquí veo cruces, no de una clase sola sino fabricadas de distinta manera para cada uno: algunos cuelgan a sus víctimas cabeza abajo, otros hacen pasar un palo por su entrepierna, otros les hacen extender los brazos en el patíbulo; veo los potros, veo los azotes, aparatos correspondientes a cada miembro, incluso a cada articulación: pero también veo la muerte. Hay aquí enemigos sanguinarios, ciudadanos insolentes: pero también veo la muerte. No es penoso ser esclavo cuando, en caso de estar hastiado de la sumisión, es posible alcanzar la libertad con sólo dar un paso. Te aprecio, vida, gracias a la muerte.

  • Si la dicha mayor es no nacer, la más parecida, creo yo, es ser devueltos rápidamente a nuestro primitivo estado tras cumplir con una vida corta.

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